Bautizaron el predio tomado en Lugano como "barrio Papa Francisco"

El Padre Franco sacó de su mochila la biblia ajada y la apoyó sobre la mesa ubicada delante de la carpa amarilla, cerca de la esquina de Avenida Fernández de la Cruz y Pola, en el predio tomado de la Villa 20 de Lugano. En ese altar improvisado, minutos antes, una vecina había diluido la leche en polvo para la merienda de las decenas de chicos que jugaban entre las cintas que todavía demarcan el loteo del terreno del ex cementerio de autos de la Policía Federal. Allí el padre ofició una misa y dio su bendición al barrio que los vecinos decidieron bautizar Papa Francisco. "Él anduvo en las villas y por eso nos sentimos identificados", explicó Marcelo Urquiza, uno de los delegados de la toma. "Vamos a seguir hasta que las autoridades urbanicen este barrio y todos los de la Ciudad. Tienen que trabajar y dejar de mentir. No aflojemos, no demos el brazo a torcer", arengó Urquiza con la voz quebrada.
"Cuando uno vive en una villa sabe lo que es estar hacinado, la falta de vacantes en las escuelas cercanas, la dificultad del acceso a la salud, vivir los inviernos sin luz y los veranos sin aguas", comenzó el cura Franco Punturo, que integra el movimiento de curas villeros. "Esa es la cruz que cargamos quienes vivimos acá, y bautizar el barrio con el nombre del Papa Francisco es reconocer la cercanía que tenía el arzobispo y tiene la Iglesia a esos sufrimientos", finalizó. Luego tomó la botella de plástico cortada y bendijo a los niños que poblaban la primera fila de fieles arrodillados sobre la tierra.
A dos semanas de la toma de tierras en Lugano, los cordeles ya no son los únicos límites imprecisos que marcan los lotes. Otros chapones, carteles y maderas se han transformado en paredes de las casillas y entre unas y otras se abren pasillos irregulares como el suelo bajo sus pies. Suelo que además está contaminado por la chatarra de los autos que la policía dejó oxidar allí durante años. Pese a ese riesgo, del que los vecinos son conscientes, ellos deciden vivir allí con sus familias y soportar también las inclemencias climáticas de las que los materiales de sus casillas no los pueden aislar.
"En la última lluvia se mojaron los chicos y se resfriaron", cuenta Guadalupe, de 20 años, que ya tiene su colchón debajo del techo de lona. Allí duerme desde la primera noche con su pareja y sus dos hijos. "Es que no hay nada como la casa propia", explica Ignacio, a diez metros de allí, mientras aprovecha los últimos minutos de luz para sacar los clavos de una madera que será el nuevo parante para ampliar su casa. "Esto es temporario –cuenta a Tiempo Argentino– cuando nos confirmen que nos quedamos queremos edificar. Abajo vamos a vivir nosotros y arriba la hija de mi pareja. Es el sueño que tenemos."
De fondo se escuchan martillazos superpuestos y a destiempo. Todos trabajan durante el día para mejorar la estructura de las casas. Algunas ya tienen luz, gracias a algunos cables que cruzan a un metro y medio de altura desde las manzanas 28, 29 y 30 de la villa 20. Esas que fueron casillas antes de ser material. Las que tampoco pudieron esperar la urbanización tantas veces prometida. «
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Una carta al sumo pontífice
Al finalizar la misa los vecinos leyeron una carta que escribieron al Papa Francisco explicándole el motivo del bautismo del predio con su nombre y pidiéndole que rece por ellos.  Luego compartieron el petitorio que presentaron a la jueza Elena Liberatori, quien sigue la causa por el incumplimiento de la ley 1770 que ordenaba urbanizar la villa. Allí ellos ofrecen ir liberando pedazos del predio para que se avance en el saneamiento y la construcción de viviendas pero permaneciendo en el lugar como garantía de cumplimiento del acuerdo.

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