Desventuras de un cronista en NY

Por Javier Borelli / desde Nueva York
En la calles de Manhattan no se habla de otra cosa que no sea el huracán Sandy. Sucede que el ciclón tropical que desde hace una semana le robó el protagonismo en las portadas de diarios y revistas a los principales candidatos presidenciales ha golpeado al corazón financiero de los Estados Unidos como ningún otro fenómeno meteorológico. Y que además dejó a su paso 40 muertos, innumerables destrozos cuyo costo de reparación se estima en 10 mil millones de dólares y 750 mil personas sin electricidad, muchas de las cuales hasta ayer no habían recuperado el suministro eléctrico.
Entre ellas, quien escribe estas líneas.
La falta de luz ha dado un motivo más para sentirse un paria en la capital del consumo mundial. Los primeros días de los destrozos, el contacto con los compañeros de trabajo y la familia sólo fue posible trasladándose hacia el norte de la isla o "robando" la conexión wi-fi de los locales de Café Starbucks que, aunque estaban cerrados por el huracán, habían dejado encendido los equipos que proveen la conexión inalámbrica a Internet. Su ubicación en la geografía de la ciudad era reconocible a la distancia por las personas que se agolpaban en forma de antena parabólica en sus puertas. Allí uno podía informarse de los últimas novedades provistas por el alcalde Michael Bloomberg o por la compañía de electricidad Con Edison. El frío que dejó el paso de Sandy, sumado a la tensión por las malas noticias y el número de interesados en aprovechar el beneficio del comercio cafetero imposibilitaban, sin embargo, permanecer en ese lugar más que unos minutos.
La peregrinación al norte era la única esperanza para encontrar un lugar donde sentarse a trabajar. A medida que uno avanzaba comenzaban a aparecer los primeros bares que no se habían visto afectados por el huracán y cuyos empleados no habían quedado marginados por el cierre de los puentes que comunican Manhattan con los otros cuatro barrios de Nueva York. El desafío allí era encontrar una mesa con enchufe y esa búsqueda recién dio frutos a más de veinte cuadras de la zona oscura. La firma de las notas aparecidas en Tiempo Argentino desde el martes debería incluir, entonces, el agradecimiento a los locales que hasta ahora siguen oficiando de oficinas itinerantes a cambio de un café y una medialuna.

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