Héctor Schmucler: "La memoria no debería preguntar qué pasó sino cómo fue posible"



Héctor Schmucler es considerado uno de los padres de los estudios en Comunicación en América Latina y plantea que la influencia de los medios está sobredimensionada. Es sociólogo y profesor emérito de la Universidad Nacional de Córdoba, pero descree de la capacidad de abstracción cientificista de los académicos (“porque no se puede pensar lo social al margen de las ideas que uno tiene”).
Cada una de las palabras parece salir pudorosa de su boca hasta que una de sus manos la enhebra en el aire y la cose a una frase que invita a pensar. No teme en plantear sus reflexiones como dudas, pero por agudeza y precisión queda claro que son provocaciones. Prefiere la pregunta a la respuesta y la discusión al consenso. Es que para él, “las verdades consagradas no favorecen al pensamiento”.
Fundó y dirigió revistas paradigmáticas como Los Libros, Comunicación y Cultura y Controversia, donde escribieron o se formaron casi todos los intelectuales que actualmente participan del debate político nacional. Y aunque él, con 83 años, se diga “retirado” de esa batalla, sus intervenciones siguen inquietando a los que se animan a pensar.
Schmucler recibe a Tiempo Argentino en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, la misma casa de estudios donde a principios de la década del 70 creó la primera cátedra de Semiología de la Prensa Escrita en América Latina. “Queríamos mostrar cómo por infinitos caminos se difunde, y no necesariamente de forma consciente, una manera de pensar”, recuerda. Hoy, con aquella idea más extendida, el esfuerzo está en desnaturalizar el planteo de que las nuevas tecnologías son neutrales: “son una forma de pensar y existir en el mundo”.
Schmucler es cordobés pero nació en Entre Ríos. Recién al año conoció su lugar de pertenencia al que siempre volvería después de sus viajes y su exilio durante la última dictadura militar, esa que desapareció a Pablo, uno de sus hijos, militante de Montoneros. Es en esa ciudad, precisamente, donde dirige desde hace años el Programa de Estudios sobre la Memoria. Allí vuelca su mirada crítica sobre el proceso local, una visión que no tiene contemplaciones siquiera consigo mismo.
“Tengo la sensación de que la preocupación por la memoria ha perdido entusiasmo colectivo. Como si se hubiera llegado a ciertos mojones. Pareciera que el tema de la memoria ha quedado muy acotado a los organismos que trabajan sobre esto: los estudiosos, intelectuales, grupos políticos vinculados a lo que se llama derechos humanos. Y no es que grandes sectores de la población no tengan memoria, pero el énfasis que hemos puesto en la importancia de la memoria con el paso del tiempo parece que se hubiera quedado más cristalizado, más museificado, y eso no me agrada. Porque yo pienso a la memoria como una cosa activa, como una búsqueda incesante. No la repetición de verdades (o de no verdades) consagradas. Sino más bien como un interrogar. Tal vez lo central es, más que recordar puntualmente o anecdóticamente, preguntarse cómo fue posible que ocurrieran las cosas. La historia muestra que con recordar solamente no basta `para que no se repita`. Porque las cosas suceden, nunca igual, pero de otra manera. Aparte, recordar para que no se repita implica presuponer que lo que nosotros condenamos lo van a condenar también nuestros hijos. Pero los ejemplos abundan en que las cosas se repiten no por olvido, sino por recuerdo. Aquello que nosotros consideramos negativo para otra gente, y a veces para la mayoría de una población, no resulta tan negativo. El ejemplo de Bussi es prototípico. Él fue represor, después interventor y después gobernador elegido. Algunos decían: pero cómo puede ser que la gente no se acuerde. Y después alguien hizo un estudio interesante y vio que si se acordaban, pero lo que recordaban era que fue `el que puso orden ahí`. A uno le puede gustar o no y yo no digo que esté bien. Pero no equivocarse. Lo votaron conscientes, o mejor dicho con ciertos niveles de conciencia. No es que todos estuvieran de acuerdo con sus ideas criminales. Y a veces uno, estudioso del tema o involucrado ideológicamente desde otro lugar, no se anima a pensar que el otro puede ver bien lo que uno ve mal. Por eso, me parece, la pregunta de cómo fueron posibles los hechos alcanza a una comprensión más profunda de aquello recordado. Entonces para mi la pregunta central del trabajo de memoria es: ¿cómo fueron posibles los hechos? Porque hay condiciones de aceptabilidad para que determinados procesos o hechos ocurran”.
Es que es más difícil llegar a consensos sobre la base de esas preguntas…
La pregunta abre a un campo de discusión muy grande. Y la discusión para mí es muy buena. Cuando digo discusión quiero decir opiniones confrontadas. Porque pensar cómo fue posible, en última instancia, no tiene una respuesta absoluta. Por ejemplo, cuando hablamos de memoria en la Argentina, y no creo que sea lo mejor, siempre partimos de un punto: la dictadura. Porque en general la memoria ha trabajado intensamente (la mayoría de los organismos lo han hecho) en lo que llaman “historia reciente”. Otro equívoco, ¿no? ¿Porque cuándo empieza lo reciente? Aparte se nos va haciendo cada vez más lejos. Digo, son temas que semánticamente son importantes. Porque si uno marca una fecha y no va más atrás, tal vez deja a un lado esto que vengo insistiendo: cómo fueron posibles las cosas. Yo he escrito alguna vez que para pensar el 24 de marzo de 1976, fecha emblemática, hay que pensar el 23 de marzo, porque sino no entendemos nada. Y cuando digo 23 es una metáfora. Es decir, cómo se fueron dando las cosas con toda seriedad y con la menor carga de prejuicio posible. Estar abierto a cosas que a veces contradicen a la creencia que uno tiene…
O que ponen a uno en cuestión. Vos planteaste hace 10 años la importancia de hacerse cargo de los actos en un debate sobre la violencia revolucionaria de los 70 y se generó bastante polémica…
Porque hacerse responsable de los hechos, aún de aquellos de lo que uno no es inmediatamente responsable, suena medio extraño y cuestiona mucho. Es muy difícil de aceptar porque es intranquilizante, no por mala fe, haber callado algo. Porque eso también te hace responsable, porque no solo se puede criticar lo que ocurrió, sino lo que uno no hizo. Y eso sin ninguna garantía, porque por más que uno hubiera dicho algo quizás las cosas ocurrían de la misma forma.
Eso también puede verse en posiciones sobre cuestiones actuales como la inseguridad o la pobreza donde no se asume una responsabilidad social. ¿Esto puede pensarse como una herencia de otras responsabilidades no asumidas?
Esa es una tendencia muy repetida en la historia, no solo de los últimos 30 o 40 años. En la historia con frecuencia se han ido estableciendo ciertas categorías complejas donde la responsabilidad se adjudica a alguien, cosa que a veces es razonable pero también, de paso, sirve para que uno se lave las manos. En ese sentido, insisto, somos responsables de todo lo que hicimos y dejamos de hacer. Pero eso no significa que se los acuse. Uno puede sentirse responsable y no es necesariamente culpable. Creo que escabullimos en esto como en otras cosas de la vida, porque es incómodo. No me parece bien, pero lo entiendo. Si yo tengo que dar cuenta en la vida pública de lo que hice en mi vida privada, me resulta más complicado vivir conmigo mismo. Es una razón sin dudas que está en el orden de lo psicológico, lo subjetivo. Pero a la política a veces se le quiere dar una especie de razonabilidad donde no integra la subjetividad de cada uno. Para decir que uno de los límites del pensamiento de la política es no darle este valor a la existencia cotidiana. Como si la acción pública, la acción política y también la memoria, fueran ajena a los sentimientos de uno, a los sueños de uno, a los padecimientos. Y los seres humanos no podemos prescindir de eso porque es nuestra condición.
¿Y qué pasa cuando, como en estos años, aparecen instituciones oficiales vinculadas a la memoria?
Ahí es donde se tiende a la museificación. Pero eso no es solo de aquí, es una tendencia general en los trabajos de memoria en el mundo entero. Y yo no estoy en contra de los museos, sino del congelamiento. Porque son todos procesos históricos en permanente interpretación y no es lo mismo que en un museo donde se expone una escultura (porque la escultura está y permanece pero se la interpreta distinto). Cuando se congela un hecho ya no se pregunta más. Ya está la verdad objetiva de esto y me parece que eso no favorece al pensamiento político.
En los últimos años desde el discurso oficial se dio un impulso a que la memoria tome un rol central en la sociedad. Puede ser entonces que para que las preguntas sean más insidiosas tenga que pasar otro gobierno y otra etapa generacional donde la memoria no ocupe ese espacio simbólico tan importante
Yo creo que los cambios previsibles de gobierno muchas novedades ya no van a traer, aunque puede haber matices. Y en eso, sin dudas, lo generacional es importante. Hoy hay que considerar a los hijos de desaparecidos por ejemplo, o los hijos de militares muertos que también están en una búsqueda (al margen de lo que a uno le gusta o no), porque un hijo siente la pérdida de una madre o un padre más alla de que sea militante, por el hecho inmediato que es la filiación. Hay un primer movimiento humano por encima de los valores. Es decir, uno siente la pérdida del padre, la madre, el hijo al margen de las ideas. Más aún, lo siente aunque esté en contra de las ideas. Pero, volviendo a lo generacional, en la medida de que pase el tiempo me parece que hay menos compromiso de los hijos para dar cuenta de lo que hizo el padre o la madre. Y ahí, no quiero generalizar, pero habrá como una mayor autonomía y por tanto libertad. Entonces, lo generacional puede tener dos consecuencias: una sería muy negativa que es el olvido y que sería lamentable porque nos quita densidad en nuestras propias vidas; la otra posibilidad es la de una mirada menos inmediata, no tener que dar cuenta y decir que a mi padre lo han desaparecido y es un hecho criminal sean por las razones que sean, haya estado equivocado mi papá o no. Si llegáramos a eso podríamos ir avanzando con mucha más profundidad y explicándonos también muchas más cosas. Y sobre todo, postergar el olvido. Porque evitar es imposible, al final quién se acuerda de las cosas que ocurrieron salvo los manuales de historia. Estamos en un mar de olvido. Es decir la humanidad olvida y tal vez no tenga otra posibilidad. Pero no es un pecado el olvidar. El olvido quiere decir también clausurar la búsqueda del presente. Porque este presente, que es lo único que uno vive, tiene que ver con el pasado aunque no sea inmediatamente vinculado.
¿Y cómo se puede pensar el olvido en una época donde todo pareciera quedar guardado en Internet?
 Es un tema muy importante y no puedo hacer afirmaciones contundentes al respecto. Pero creo que esta especie de hipermemoria (porque todo está y eso se vuelve inimaginable) es un atentado terrible contra la memoria. Tampoco me gusta mucho la pedagogía que se ha impuesto de que no hay que memorizar nada. Cuando era chico todos sabíamos versos de memoria y no era cuestión meramente de erudición o que en una fiesta un mayor diga “a ver juancito recitate algo”. Es que uno piensa con lo que tiene en la memoria, a diferencia de las máquinas que tienen memoria pero después viene un procesador que trabaja con esos datos. El procesador no tiene la menor idea de qué está haciendo. No conoce la semántica, le da lo mismo una palabra de un tipo u otro. El proceso es el mismo pero no tiene que ver con la memoria. Nuestra memoria nos hace, nos constituye. Creo que hay una degradación de lo humano al hacer totalmente dependientes de algo grabado en otro lado. Porque la búsqueda de Internet no es guiada por la memoria de uno, sino por lo que va dando la frecuencia de búsquedas o patrones del buscador (que se han impuesto tanto que nos parece que son los únicos posibles). Pero en el pensamiento humano no hay una guía, no hay palabras clave. En la vida de pronto aparece una voz, una música que recuerda o un cielo brillante con nubes y lo incorpora uno en un orden de pensamiento. Google no puede hacer eso porque está programado para otro orden secuencial a la manera en que alguien piensa que es secuencial. Digo esto porque me parece que es un empobrecimiento del espíritu humano. Pero si uno piensa que todo está en Internet y que hay un lugar donde recurrir, para qué lo voy a recordar. Y me parece que todo lo demás es olvido. Es un tema, me parece, de los más importantes que la civilización contemporánea, porque hay una hipermemoria técnica y una hipomemoria real en la existencia de las personas.
Y hoy aparecen espacios nuevos de discusión, como programas de televisión o twitter, que parecen no permitir extensos argumentos
Es que se ha ido configurando y aceptando la idea de que las cosas son buenas o mejores cuando se hacen en menos tiempo, es decir, cuando el resultado es lo más inmediato posible. Todo está configurado en función de la velocidad y tiene que ver con una idea de la eficiencia. No es casual ni tampoco muy calculado. Pero todo desarrollo técnico tiene que ver con otras ideas más generales que circulan en la sociedad o en los lugares de poder de la sociedad.
Es decir que detrás de los límites aparentemente arbitrarios que hay en dispositivos como Twitter, por ejemplo, donde hay una extensión máxima de caracteres, hay una idea operando
Exactamente, estas tecnologías se naturalizan y es como que fueran neutras. Esto se ha dicho y viene de una larga discusión. Las teorías más dominantes dicen que las tecnologías son neutras y dependen de quien las utiliza. Muchos pensadores, con quienes comparto el punto de vista, dicen que las tecnologías son maneras de pensar y existir en el mundo. Recién hablábamos del tiempo y la velocidad, y a veces los educadores dicen que los niños muestran dificultad para atender a relatos largos. Peroporque hay una técnica a la que están acostumbrados. Porque la televisión no admite relatos largos. Puede haber 180 capítulos de algo, pero los actos, cada toma, tiene que ser significativa y tiene que seguir capturando la atención del espectador y eso ya no es una pura técnica abstracta. Es una manera de pensar. Yo debería responder: deme tiempo. Pero tomarse tiempo para pensar no habla bien del ciudadano contemporáneo.


Recuadro: El pesimismo
A Héctor Schmucler lo expulsaron del Partido Comunista en los 60, cuando editaba la revista Pasado y Presente y desde el PC lo acusaron de “revisionista”. Entre el 73 y el 74 tuvo una “breve y periférica” aproximación a Montoneros, pero se fue porque sentía que se había “hipermilitarizado”. No volvió a militar, pero si adhirió a algunos proyectos más cercanos a las ideas socialdemócratas, como el de Alfonsín, según señaló en una reciente entrevista en el diario La Voz. Allí también señaló que se sentía pesimista sobre la posibilidad actual de cambios sociales. ¿Por qué?
“Lo que ocurre es que mi mirada la creo hoy mucho más libre de lo que pensaba hace 50 años. Quiero decir con más autonomía, no atenida a verdades dogmáticas. Entonces cuando yo digo que soy pesimista digo que harían falta grandes transformaciones de procesos por los cuales las ideas han penetrado más en la sociedad del consumo: la idea del tener, de la riqueza como felicidad, del dominio. Estas se han ido consolidando durante siglos y me parece que todo apunta a que se aumente. Y cuando vos evocabas esos años… Te doy un ejemplo paradigmático: cuando uno pensaba en China hace 40 años uno pensaba en esa otra cultura milenaria con un fuerte atractivo, o en una nueva forma que se oponía a la soviética de hacer el socialismo. Había una expectativa ahí. Era un socialismo más acorde con el pensamiento de igualdad que uno podía tener si se lo comparaba con el Stalinismo. Hoy China es el modelo del capitalismo. A mi, que soy viejo, cuando se habla de tasas chinas, que es un término que se asocia con tasas elevadas de crecimiento, me produce, no puedo decir horror pero bueno. Que China sea el ejemplo de aquello que uno creía que era la negación, es como para ser pesimista. Después, cada fracaso va consolidando el fracaso y va dejando una memoria de resignación. Creo que el mundo vive esto. No con otra idea, sino resignándose y viendo como se acomoda dentro del esquema existente. Quiero decir, en Europa hay crisis, se sabe y hay infinidad de desocupados. Lo cual es lastimoso. Pero la vuelta al trabajo, pongamos, no es para hacer otra sociedad, sino para que todos tengamos acceso a aquello que el modelo social imperante dictamina como lo bueno”. 

Publicado en Tiempo Argentino  en noviembre de 2014

Comentarios

Entradas populares