Curame esta


Mientras los diarios tratan inútilmente de seguirle el ritmo a la vorágine de Internet y producen artículos para leer mañana con tendencias de ayer, cada vez más personas diseñan su presente con retazos de historias leídas en Facebook o Twitter. Los medios tradicionales ceden su influencia en la construcción de agenda en beneficio de los líderes de opinión de distinta escala que se adaptan rápidamente a los cambios y con menos pruritos, al tiempo que los consumidores bajamos las exigencias de verdad en búsqueda de una mayor comodidad. ¿Cómo nos informamos y qué dice eso de nosotros y de los medios?

Compartí esto, megustealo, retuitealo, creémosle un hashtag y hagámoslo TT. Que se sume algún famoso, que lo critique, pongámosle color, quizás agregándole una selfie en bolas, y que parezca robada. Hagámosle un meme, ahí quizás, y con Mascherano, por supuesto. Ahora sí vamos a ser virales o, al menos, conseguiremos un segundo de su amable atención. En el mundial de la noticia, hace rato, el cómo le ganó al qué. Fue 7 a 1, pero no generó tanto escándalo como la derrota brasileña en el mundial. Y en los medios tradicionales nadie se enteró.

Dos de cada tres estadounidenses adultos tienen una cuenta en Facebook y la mitad de ellos reconoce usarla para informarse. En ese segmento, integrado mayoritariamente por menores de 50 años, el 73% dice que mira fundamentalmente noticias vinculadas con el entretenimiento, un 65% artículos asociados con su comunidad, un 57% deportes y un 55% noticias de política nacional. Cualquier semejanza con la creciente distribución de contenidos en los programas informativos de radio, televisión, o en los diarios, no es mera coincidencia. Sin embargo, el informe del Centro de Investigación de Pew -una ONG con sede en Washington que analiza el estado de la prensa- alerta a sus editores sobre esa mímesis: solo una de cada cinco personas que se informan por esa red social también lee los diarios.

El estudio de Pew añade que apenas dos de cada 25 estadounidenses adultos se informan a través de Twitter. A pesar de la baja proporción, el dato significativo es que la mitad de ellos tiene menos de 29 años y que su uso principal es para seguir noticias de último momento. Ahí es donde aparecen los TT (apócope de Trending Topic, frase anglosajona que podría traducirse como Tema Tendencia). Allí la primicia le gana al chequeo de información y la noticia suele perder precisión para ganar en influencia, aun a cuestas de la veracidad. No hay contexto ni pretensión de objetividad. Solo rapidez y mucho sentido común, que en definitiva es “lo que le gusta a la gente”.

La misma tendencia encontró la consultora holandesa especializada en redes sociales Social Embassy que a mediados de año presentó un estudio sobre el impacto de estas en las noticias titulado: “Cada vez menos chequeo de datos y más chequeo en el público”. La encuesta realizada a 165 periodistas europeos (en su mayoría holandeses, estadounidenses e ingleses) destacó que los profesionales se conforman con ver las redes sociales para saber “de qué habla la gente” y apenas un 20% chequea la información antes de publicarla. Social Embassy resume esa posición como “publica primero, corrige luego si es necesario”.

Lejos de que esa situación preocupe a los periodistas, los entrevistados auguraron que cada vez habrá menos chequeo de información y se confiará más en la opinión pública como legitimadora. Finalmente, resume la consultora, “los periodistas esperan que en el futuro el periodismo se guíe por clicks y visitas antes que por el contenido”. Las estadísticas, se sabe, apenas refuerzan una sospecha. Su legitimidad, en cambio, depende de la fundamentación.  

Esclavos de las audiencias

“La disputa no es por la producción, sino por el consumo”, reflexiona la doctora en Comunicación Lila Luchessi en su artículo “¿Noticia o contenidos? Esa es la cuestión”. Allí sostiene que la pretensión de verdad periodística, que requiere de tiempos, procedimientos y corroboraciones, queda relegada en beneficio de la verosimilitud que atiende en un corto plazo a la necesidad de consumo de las audiencias. El planteo visibiliza dos grandes problemas: cómo se miden esas audiencias y cómo afecta a la calidad informativa el “periodismo a la carta”.

“El periodismo basaba su legitimidad en su narración, en ser el ´contador de realidades´ pero, cuando llegó la televisión y sus directos y su espectáculo, primero les dijo que eso no era periodismo, luego los imitó en su fragmentación y espectáculo y terminó convirtiendo el relato televisivo en el modo de narrar predominante; ahora sucede lo mismo: se imita a Internet”. Ahí buscan sus respuestas los editores de medios tradicionales según el investigador en comunicación y periodismo Omar Rincón, tal como escribe en su artículo “El periodista DJ es el medio”.

El problema para las grandes corporaciones mediáticas es que seguirle el tren a la web es imposible. Internet es simultáneamente texto escrito, sonido, imagen fija y en movimiento. Todo al instante y portátil. Puede seguirse desde la computadora de escritorio, la tableta o el celular. Produce información que genera una gran atracción por un corto período de tiempo. Promueve la interacción y demanda una breve concentración. Casi todas características que chocan contra el viejo ideal del periodismo concebido hace más de cinco siglos, cuando el tiempo se medía de otra manera. Es que la forma en que se vivencia el tiempo hoy es, en definitiva, lo que determina la práctica periodística.

La tecnología avanza más rápido que las estructuras, se sabe. Pero está en quienes conducen estas organizaciones la capacidad de adaptarse sin perder su razón de ser. Que algo sea viral en la web no le transfiere veracidad, así como que un tema se comparta en las redes sociales no lo hace particularmente atractivo fuera de ellas. Entonces, si lo que hace valioso al periodismo es discriminar entre las historias reales y las ficticias y jerarquizar una agenda noticiosa ¿por qué hay quienes se empeñan en diseñar los sumarios de los medios según lo que marca la tendencia digital?

Con su fruto infoxicado estoy

En la vorágine del minuto a minuto televisivo, que Internet refraccionó hasta la décima de segundo, Luchessi encuentra otro problema que el periodismo contemporáneo todavía no digirió: los medios tradicionales y los nativos digitales tienden a seleccionar la información que da cuenta de sus propios intereses argumentativos. De esta forma se arriba a otro escenario problemático: el de la retroalimentación. Ahí, cada nuevo contenido contribuye a la reproducción de los sentidos comunes y al refuerzo de sus argumentos. Ahora, sin pluralidad, ¿de qué clase de periodismo hablamos?

Casi todos los programas televisivos sobreimprimen en la pantalla el tema del día con un símbolo numeral. Lo que buscan, según la praxis cotidiana, es conducir la interacción de su audiencia en las redes sociales para traccionar nuevos televidentes o, mejor aún, lograr el nuevo hito del momento: volverse una tendencia. Se trate de una telenovela o un noticiero, lo importante es que hablen de uno y, de paso, usar las nuevas herramientas digitales para saber qué opina “la gente” al respecto. Así los guionistas pueden adaptar el desarrollo de sus productos a los gustos del consumidor. ¿Pero es lo mismo un programa de ficción que otro que pretende organizar los acontecimientos destacados de la actualidad nacional?

Un cura para este mal

Lo que los medios tradicionales no se dieron cuenta a esta altura es que al meterse a competir por la noticia en el fango digital pierden con mayor rapidez la legitimidad que les brindaba la certeza informativa y el análisis agudo. Emergen en contraposición los líderes de opinión que, adaptados con mayor facilidad al nuevo contexto transmedia, tienen tantos “amigos” o “seguidores” como las grandes corporaciones informativas y menos compromisos o pruritos. Ellos tienen la capacidad de seleccionar “lo mejor” de la información circulante y alcanzan un poder cada vez mayor para resignificarla.

Sus alcances quedaron explicitados en la Encuesta Nacional de Consumos Culturales elaborada por la Secretaría de Cultura de la Nación en 2014, antes de que recategorizaran esa dependencia al nivel de Ministerio. Allí se destacó que leer los diarios por Internet es la quinta actividad que realizan los argentinos que se conectan a Internet, con el 37% de las preferencias  (por debajo de usar las redes sociales, leer mail, escuchar música y chatear). Apenas un escalón más abajo, con el 36%, figura “informarse por otros medios que no sean ni diarios ni revistas”. Es decir que dentro de la web el tráfico noticioso no se ancla en los portales de los medios gráficos tradicionales, a pesar de que sea la información producida por ellos la que circula fragmentada, editorializada, descontextualizada o hasta en el medio de un álbum de fotos familiares u opiniones musicales.

En ese mundo virtual cobra fuerza un rol que los teóricos de la comunicación definieron como el del “curador” de la información. Esto es: la persona que sigue una conversación digital y puede construir una historia a partir de ella, la encuadra y jerarquiza, organizando a su comunidad de seguidores. Pueden ser estrellas de medios masivos, periodistas reconocibles por un registro particular, referentes de medios alternativos, viejos blogueros devenidos en twitstars con gran capacidad de adaptación, o hasta anónimos administradores de una página en Facebook que reúne muchos “me gusta”.

La era está pariendo otra noción

Las instituciones tradicionales entraron en crisis ya hace años y los medios creyeron salir indemnes de esa sentencia. Sin embargo, la obsolescencia de sus estructuras está plasmada en el día a día, cuando su nombre ya no funciona como legitimador de sus periodistas sino que, por el contrario, tratan de aprovechar la influencia personal de estos para potenciar su mensaje.

Los apocalípticos suelen caracterizar este momento como el fin del periodismo, en un gesto que refleja más el efecto edulcorado y complaciente de la memoria heroica que una descripción certera. La noción de noticia cambió, el consumo informativo también. Pero no hay que confundir: el renunciamiento a la capacidad para organizar e interpretar los acontecimientos no es una necesidad adaptativa, sino más bien una opción individual.

El tiempo pasa para todos, y no lo hace de la misma manera. Y como dijo el cantautor, está a favor de los pequeños.

http://www.revistaturba.com.ar/ediciones-anteriores/numero-4-diciembre-2014/

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